Los datos se repiten y nos indican que seis de cada diez trabajadores españoles se sienten desmotivados en su empresa, principalmente por los bajos sueldos y la falta de valoración, cuatro de cada diez se declaran quemados. Otro sondeo recoge que uno de cada dos empleados no se encuentra motivado en su puesto por la monotonía, la falta de relación con el jefe, la carga excesiva de trabajo o salarios inferiores a su valía.
El tema tiene su cuestión, entre que se marcha el trabajador descontento y se localiza a otro para suplirlo, el coste del proceso equivale a entre tres y seis meses de su salario. La escuela de negocios mantiene que la productividad de una compañía puede bajar hasta un 40% cuando los trabajadores no están a gusto en sus puestos. A esto es a lo que se enfrentan hoy las organizaciones, al hastío de sus plantillas. Los trabajadores tuvieron que responder con premura a la pandemia, a la crisis generada posteriormente y, cuando todo parecía que iba a mejorar, la guerra de Ucrania les devolvió a la tensión, a la inseguridad y les enfrentó a una inflación vertiginosa con la que su poder adquisitivo quedó temblando.
Algunos ejecutivos se están dando cuenta del agotamiento de sus equipos y están mirando hacia ellos, buscando una política más humana para sus empresas, cultura que pasa por cuidar a las personas y conseguir que recuperen la ilusión.
Para generar ilusión en la gente es necesaria la implicación de quienes lideran las plantillas, horizontalizar las decisiones de las compañías y constituir grupos de trabajo para detectar qué esperan los empleados de estas, para conseguirlo tienen que estar bien cuidados.